Sueño contigo y pienso que ya estamos casados, que me has llamado por teléfono avisándome de que vienes y yo me he arrodillado desnudo en la entrada para darte la bienvenida. Así que cuando has entrado, te has bajado los pantalones que siempre llevas para ir a trabajar, te has bajado las bragas y te he lamido el coño para darte la bienvenida. Y mientras lo hacía me has dicho que has estado en un bar que venden Martinis 2 x 1 y que has conocido a un casado que te gusta mucho.
- ¿Crees que he follado con él, cornudo?
- No, amor mío.
- ¿ Lo sabes por el sabor de mi coño?
- No, mi vida. Lo sé porque no me has azotado el culo con la fusta al llegar, como siempre haces cuando follas con otro, para ponerme en evidencia que soy cornudo y apaleado.
- Entonces tendré que arreglarlo -me has dicho muy seria.
Así que me has cogido de los huevos y me has llevado al cuarto en el que guardas tus cosas. Un cuarto en el que hay un gran espejo que cubre toda la pared y un armario en el que guardas tus juguetes. Y has sacado la fusta y el látigo de nueve colas y los has mirado, como dudando de cuál utilizar. Pero los has dejado y me has cogió, has atado mis manos a una argolla del techo con una cuerda y has tirado de ella para mantenerme tieso, casi de puntillas. Y mientras estaba así, me has dicho qué prefiero, qué látigo me gusta más.
- Lo dejo a tu elección amor mío.
Y has cogido la fusta y me has azotado a razón de 5 azotes por cada orgasmo que tu has tenido con tu macho, mientras yo contaba y te daba las gracias.
- Gracias, amor mío. Te amo.
Y eso te dije un montón de veces, perdí la cuenta porque se conoce que habías follado muy bien con tu macho y te habías corrido muchas veces. Porque volviste a correrte de nuevo al azotarme pues sé que lo puedes hacer así y sin tocarte, sin necesidad de acariciarte. Sólo con los azotes en mi culo.
Y cuando has terminado me he sentido feliz, al comprender que tú acababas de follar con otro, de correrte con él, me habías hecho cornudo y además me azotabas nada más verme para remarcar lo cornudo sumiso que soy. O por tu placer, como haces otras veces sin motivo. Porque puedes azotarme sin motivo. Sólo por tu placer pues yo sólo soy un objeto al servicio de tu exclusivo placer. Para eso he nacio, amor mío. Los dos los sabemos y le damos gracias a Dios por habernos encontrado.
O con motivo, claro, por ejemplo, cuando miro a otra mujer por la calle porque tú puedes follar con quien quieras, pero yo no puedo mirar a otra. Así que se me ha puesto la polla dura al pensar en ello, mientras te daba las gracias tras cada azote y te decía que te quiero.
Me excitaba que eso fuera así y no sabía por qué. Era tan in justo que me ponía la polla dura y me hacía sentirme más sumiso. Y más cornudo. Porque puede haber un acto mayor de amor de un Ama hacia su sumiso cornudo que azotarlo después de ponerle los cuernos.
Y no puedo haber un acto mayor de amor y de entrega del sumiso hacia su Ama que aceptarlo e incluso suplicar el castigo, sabiendo que ella acaba de follar con su amante. Y eso hice. Cuando me soltaste, me arrodillé, te lamí el coño muy mojado pues te habías corrido dos veces mientras me azotabas, según me dijiste. Y luego te cogí las manos, te las besé y te di las gracias por hacerme cornudo, por ser tan libre, por vivir tu libertad mientras a mi me esclavizas cada día más a ti.
- Te amo tanto, mi Ama, que quiero que seas cada día más libre mientras me haces a mí más esclavo. Quiero que disfrutes de tu libertad y de mi esclavitud.
- Eso haré, no lo dudes.
- Lo sé y te lo agradezco.
- Pues te he azotado por placer, porque no he follado con nadie.
- Da igual, amor mío. Puedes hacerlo por capricho.
(continúa abajo)
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